El estreno de la ópera prima de Francisco Varone tiene para los mendocinos un ingrediente especial. Uno de sus protagonistas es nuestro gran Ernesto Suárez. Un ícono de la escena local que lejos de instalarse en el concepto de ser una suerte de leyenda o institución, sigue explorando con un espíritu tan movedizo como el que lo ha motivado durante décadas sobre las tablas. "El Flaco" enfrenta por primera vez a los 75 años el gran desafío de encabezar el elenco de un largometraje, y en su debut su trabajo luce tan convincente como el de su compañero Rodrigo de la Serna.
Camino a La Paz es una road movie con todas las de la ley que nos zambulle en un viaje a bordo de un Peugeot 505, con Sebastián (De la Serna), un hombre que no atraviesa el mejor momento en su relación de pareja, y Jalil (Suárez), un musulmán nacido en Mendoza que quiere llegar a Bolivia para encontrarse con su hermano. Sebastián acaba de mudarse a una nueva casa, y tras recibir numerosos llamados telefónicos que confunden su hogar con una remisería, se lanza como improvisado conductor y empieza a llevar pasajeros. La difícil situación económica que está pasando con su mujer, lo lleva a aceptar el inusual viaje que propone Jalil: atravesar el norte argentino y cruzar a la ciudad de La Paz.
Como en toda road movie, intuimos de antemano que esta travesía no solo implicará un desplazamiento geográfico, sino una experiencia de mutuo aprendizaje. Varone sigue con sutileza la evolución en el vínculo que va forjándose entre estos dos desconocidos a medida que el periplo avanza. Y claro, como en toda road movie, se cruzarán con llamativos personajes secundarios y una serie de situaciones que no conviene anticipar.
Más allá de cierta dominante melancólica en el relato, Camino a La Paz se permite algunas bocanadas de humor. Con sorprendente timing y percisión, al duó De la Serna-Suárez le basta una mirada cómplice, una acción, o unas pocas palabras para sobrepasar las tensiones que surgen entre ellos. La película en ningún momento abusa de la tentación de regodearse ante los paisajes que atraviesan los personajes, ni de volverse solemne o aleccionadora; dos de los vicios más frecuentes que presentan algunas road movies.
Una mirada atenta y sensible se extiende a lo largo de una historia que jamás se asoma al golpe bajo. Con un pulso sostenido pero sin necesidad de apostar a un ritmo frenético, el director se detiene en los contrastes y momentos de entendimiento entre Sebastián y Jalil, con escenas de genuina emoción que fluyen orgánicamente y avanzan hacia la construcción de un propósito. Desde un par de perros encontrados en la ruta y sumados al viaje, hasta la irrupción de rituales religiosos musulmanes; nada resulta forzado o puesto como cuota adicional de color que nos distraiga de la médula del exquisito encuentro entre estos dos seres.
En un verano en que películas como Star Wars o Snoopy y Charlie Brown cuentan con más de 200 salas cada una,Camino a La Paz ha convocado en sus primeros días a cerca de 10.000 espectadores solo en 20 pantallas en el país. El hecho de que el film esté desarrollando una muy buena performance en los circuitos mendocinos, sin una gran campaña promocional, habla del buen boca a boca que produce la película de Varone, tanto entre el público adulto como joven. El siempre inquieto Ernesto Suárez extiende de esta manera su poder de convocatoria del teatro al cine, en lo que quizás sea el despegue de una carrera en la pantalla grande con más capítulos por venir.