Alexander Sokurov nos invita a viajar por la historia de Francia a través del arte del museo del Louvre en un film sin igual, polisémico y complejo pero a la vez fascinante. Si con El arca rusa(2002) planteaba el valor del arte para una cultura, con Francofonia (Francofonia, le Louvre sous l’Occupation, 2015) doblega la apuesta en una experiencia audiovisual superadora.
Estamos en tiempos de la ocupación nazi en París. El destino del Louvre es incierto. Entre el oficial responsable de la gestión cultural en el Tercer Reich, Franziskus Wolff-Meeternich (Benjamin Utzerath), y Jacques Jaujard (Louis-Do de Lencquesaing), director del museo en 1940 realizan un pacto de conservación del patrimonio cultural ahí ubicado. Situación transformada en una excusa para que Sokurov nos dé, una vez más, su visión de la tensión existente entre arte y poder.
Vemos al propio director en su oficina dialogar por teléfono con autoridades del Louvre, luego se comunica vía Skype con un marinero en plena odisea marítima transportando conteiner repleto de obras. La premisa queda planteada: ¿cuánto vale el arte para una sociedad? ¿Qué sería de la humanidad sin el arte? ¿Por qué el empeño del poder de turno por conservar o destruir con igual vehemencia las mayores reliquias de una cultura? Punto de partida para desandar la historia del museo, desde sus inicios hasta su momento más crítico. Aunque en este caso, la historia no se encuentra sólo en los documentos archivados sino también, colgada de las paredes.
Sokurov mezcla documental –con imágenes de archivo de Hitler recorriendo París por ejemplo- con ficción, en donde un particular Napoleón (Vincent Nemeth) circula por los pasillos del mítico museo junto a la mujer del cuadro de Eugene Delacroix, símbolo del fin de la monarquía. Ambos se reconocen con orgullo en las pinturas y opinan acerca de ellas, irónica paradoja tomada por Sokurov para establecer el doble lugar que ocupa el poder en el arte.
La voz narradora del director le otorga al relato el carácter de ensayo fílmico, mientras recuerda el destino sufrido por el resto de los museos del mundo sin la suerte del Louvre en períodos de guerra, perdiendo parte de su patrimonio. Un dato interesante debido a los capitales franceses de la producción. Entre los mencionados está el Hermitage de Rusia. Aquel por el cual el director recorre sus pasillos en El arca rusa contando la historia del país en un virtuoso plano secuencia. Sokurov no olvida la hipótesis planteada en aquella película, sin refutarla incluso reforzando la mirada desigual que se tiene hacia los distintos países de Europa. El arte no puede comprenderse sin su contexto histórico ni el contexto sin el arte que surge de él, parece decirnos el director con su ensoñadora puesta en escena.
Francofonia incorpora música y danza, en un registro fantasmagórico de las pinturas que trasciende la mera anécdota de la ocupación. Va más allá: analiza vínculos, contextos y paradojas, para crear una sinfonía audiovisual sin igual. Las historias construyen LA historia, con la misma coherencia que el formato documental se mezcla con la ficción, o las demás artes confluyen en la película. Ese arte cinematográfico que Sokurov maneja a la perfección.