Desde hace casi dos décadas, François Ozon se ha transformado en un estudioso del universo femenino, y de las taras y conflictos de las altas esferas sociales. A veces desde una mirada áspera y desprejuiciada (Bajo la arena, La piscina, En la casa); otras desde una perspectiva más lúdica y juguetona (8 mujeres, Potiche). Más allá de los altibajos en su filmografía, el realizador que ha ganado premios en cuanto festival de cine se le ha cruzado por delante, jamás ha configurado su cine desde el hermético punto de vista del "autor todopoderoso", sino más bien desde un ejercicio tan artesanal como refinado.
Joven y bella marcó su retorno a Cannes, donde compitió por la Palma de Oro en 2013. La crítica internacional y el propio Ozon señalaron puntos de contacto entre esta penúltima película del director, y el clásico Belle de jour, de Luis Buñuel. En ambos films, hay mujeres atravesadas por un desdoblamiento. En el hito de los '60, la simbólica búsqueda de una señora burguesa (Catherine Deneuve), encerraba toda una carga anclada en la alienación y una relación de pareja frustrada. Aquí en cambio, Isabelle, una adolescente de 17 años (Marine Vacth), se enfrenta a la gran paradoja del mundo actual: tener todo al alcance y a la vez no sentirse tocado por nada.
Estructurada alrededor de las cuatro estaciones del año, y con bellísimas canciones de Françoise Hardy como separadores, Isabelle acumulará una serie de experiencias sexuales que irán desde su debut durante unas vacaciones veraniegas en la playa, hasta la práctica de la prostitución vía portales de citas en la web. Ozon no busca una explicación de tono psicologista alrededor de la exploración que encara el personaje central de la historia, ni siquiera tiene la necesidad de explicitar un propósito. A su vez, el meollo del asunto está lejos de orbitar en el espiral decadente de una prostituta teen de buena posición social. El realizador se las ingenia para ser filoso, sin caer en el morbo de ese desbordante despertar carnal. En tanto que la presencia de la protagonista Marine Vacth - una modelo con poca experiencia actoral - aporta una certera cuota de ambigüedad, que se debate entre la gelidez y su poder hipnótico frente a la cámara.
Lo más potente de la película se instala en el duelo dialéctico entre la adolescente y su madre, tras enterarse esta última (por un hecho policial que no conviene anticipar), de que su hija es prostituta. La presencia de una puta en la familia es el disparador más incómodo de este relato de solapada intensidad. Con un recorrido que va de la repulsión al entendimiento, el núcleo familiar de la chica se verá totalmente dinamitado. Lejos de una mirada pacata, Ozon acompañará este desplazamiento con discreción y un abordaje ajeno al dedo acusador de la sentencia.
Joven y bella también tiene mucho que decir sobre el mundo 2.0 en el que vivimos, sin caer en el reduccionismo de condenar a la tecnología, y entendiendo profundamente que hoy no somos nadie sino no estamos solicitados en el mercado de intercambio de la web. En una charla con su terapeuta, Isabelle confiesa que más que la práctica sexual, lo que la sedujo en su tránsito por la prostitución fue el procedimiento, desde el coqueteo virtual, hasta la organización para llegar al hotel que su cliente ocasional reservó para concretar la cita. Para todo aquel que tenga alguna app de citas instalada en su celular, sabrá que hay algo adictivo en su consulta, más allá de la realización del encuentro. La película es un fiel reflejo de esa adrenalina, y su correlato de ansiedad en el que la acumulación de nombres, contactos y cuerpos; lleva a un presente, que aún durante su transcurso, se vivencia como un instante entre ausente y desdibujado.