La nueva película del director catalán José Luis Guerín (En construcción, En la ciudad de Sylvia), es una de esas inusuales odiseas cinematográficas que van de lo irritante a lo fascinante. Con un arranque algo tedioso, situado en una clase en la Universidad de Barcelona, donde el filólogo Rafaelle Pinto debate con sus alumnos sobre el frondoso mundo de Dante Alighieri y su Divina Comedia. Tanto en esa clase, como en los sucesivos encuentros dentro y fuera del aula, la película formula y reformula conceptos tan enormes como el del amor y la inspiración. El lenguaje formal al que apuesta oscila entre el documental y la ficción, sacando partido de una estructura de producción mínima y del trabajo de un puñado de protagonistas sin preparación actoral.
Para todo espectador ávido de un cine que sólo se resuelva a partir de la acción de los personajes, vale decir que en esta propuesta lo que prima es una frondosa confrontación de ideas. Es la lucidez del intercambio de opiniones lo que le da a esta experiencia su carácter cautivante. Si bien es el profesor quien tensa los hilos y genera en los estudiantes, sobre todo en sus alumnas, una mixtura que fluctúa entre la admiración y el cuestionamiento; cada voz tiene su peso específico en el relato.
Cuando el film sale del aula, Guerín observa distintas instancias cotidianas de unos personajes que más allá de su elevado plano de pensamiento, pueden a duras penas sobrellevar sus conflictos personales. La cámara casi siempre se emplaza detrás de alguna ventana, ensamblando unos reflejos que tiñen de cierto extrañamiento a estos seres en permanente abstracción reflexiva. Mientras tanto, ahí afuera en las calles; el mundo se mueve a su paso.
La academia de las musas navega sobre las estimulantes, y a veces turbulentas aguas del aprendizaje; postulando a la enseñanza como el territorio de la seducción. Obviamente, hay una fuerte necesidad del filólogo de vampirizar la belleza y juventud de las estudiantes/musas que lo rodean, mientras en la intimidad hogareña su mujer le espeta dardos como: "El amor es un invento de los poetas", o "Tú no eres Sócrates".
En clave de tour de force dialéctico, en el que se intercalan con fluidez textos en italiano, castellano, catalán y sardo; La academia de las musas paulatinamente va desplazándose de lo intelectual a lo visceral. Y así el debate sobre sobre tópicos como el amor o la inspiración, cede frente a temas más carnales como los de la fidelidad y la posesión. En esos permanentes giros conceptuales, la película jamás pierde su pequeña proeza, esa que reside en no traicionar al espectador con un discurso concluyente; sino más bien la de invitarlo a una experiencia que bajo su aparente fachada de quietud, solapa los más movedizos bordes del pensamiento.