En Frau Adele Bloch Bauer (uno de los más famosos retratos de matronas vienesas que Gustav Klimt pintó a comienzos del siglo pasado), "la gente ve una obra maestra de uno de los más exquisitos artistas de Austria, pero yo veo a mi tía", dice más o menos la protagonista de este film que interesa más por la historia que reconstruye que por sus valores cinematográficos. No es un film sobre el cuadro, sino sobre la larga y trabajosa lucha por su recuperación, que desarrolló su legítima heredera, gracias a la cual la obra, que había sido confiscada por los nazis en los años 30 y es representativa del estilo art nouveau de Klimt y de su gusto por lo decorativo, los fondos dorados, las líneas curvas y la sensualidad de sus mujeres, puede verse en Nueva York desde 2006, cuando lo compró el empresario de cosméticos Ronald Lauder, fundador de la galería Neue Galerie de Manhattan, y la convirtió en el cuadro mejor vendido de la historia hasta ese momento.
El film de Simon Curtis se centra en el laborioso proceso judicial contra Austria, que emprenden en los años 90 Maria Altmann, sobrina de la dama del cuadro y ya octogenaria, y su joven abogado (a su vez descendiente de otro austríaco célebre, el músico Arnold Schoenberg), y abarca distintos momentos. El presente de la acción es el de ese prolongado proceso, que una y otra vez pone a prueba la determinación y a veces también la intrepidez de los dos personajes, concebidos un poco a la manera dePhilomena. El rival por enfrentar es sobre todo el estado austríaco, que considera a la pintura su Mona Lisa y se niega a reconocer los derechos de la heredera. Aquí, los que luchan por la restitución encuentran un socio ideal y, quizá, menos real que la obra de la ficción escrita por el dramaturgo Alexi Caye Campbell, que por supuesto hace otros aportes a partir de las historias de Altmann y Schoenberg para que el film no pierda su emoción y su carga melodramática. Los pantallazos de la infancia y juventud de la protagonista y de su acaudalada y refinada familia judía, desde los tiempos de Klimt y la pintura del admirado retrato hasta los días en que los nazis son recibidos en Austria con los brazos abiertos y comienzan los atropellos y la persecución de los judíos, incluidos el despojo de sus bienes materiales y de sus tesoros artísticos, se presentan en forma de flashbacks convocados en la memoria de Maria por el regreso, indeseado pero necesario, a su ciudad natal. Son situaciones de diverso tono incorporadas a una historia que mezcla nostalgia, justicia, emoción, tolerancia, redención y algunas mínimas gotas de humor. A pesar de esa construcción convencional, pero resuelta con eficacia, se percibe que la historia pudo haber sido mejor aprovechada.
A Helen Mirren le sobra oficio para asumir el papel de Maria con su habitual autoridad; Ryan Reynolds hace lo posible por no desentonar demasiado y lo logra en buena medida; el músico Martin Phipps se deja llevar por alguna grandilocuencia innecesaria. En cambio, vale destacar el trabajo de la ambientación, sobre todo en los tramos que transcurren en la Viena del pasado.