Entre el misterio, la fábula y el relato místico deambula la nueva película de Maximiliano Schonfeld(Germania, 2012), donde se destaca la actuación de Ailín Salas y una impecable dirección de fotografía.
En un pueblo indefinido, habitado por descendientes de alemanes que se dedican a la agricultura, el tiempo parece no haber transcurrido. En ese espacio -mayoritariamente masculino- se encuentran los hermanos Lell , cuyos cultivos son amenazados por una fuerte helada que no dejará nada en pie. Una misteriosa mujer aparece de la nada y la helada cesa. A partir de ese momento, la joven se transforma en una santa a la que todos veneran. Mientras que por otro lado crea tensión en un universo familiar donde pasa a ser el objeto de un deseo platónico.
Schonfeld vuelve a Entre Ríos, locación de su ópera prima, y a trabajar con actores no profesionales exceptuando Ailín Salas, quien rompe no solo con el registro actoral sino también con la uniformidad étnica del resto del elenco, conformado por rasgos alemanes. La cámara toma ese espacio natural cerrado y actúa casi de manera voyeur, espiando lo que sucede en un mundo rutinario que ante la llegada de un extraño provoca tensión en una aparente armonía.
La historia está planteada como un cuento, casi mágico, donde el gran trabajo de fotografía de Soledad Rodríguez es vital en la construcción de ese mundo entre onírico y real. Schonfeld elige narrarla de manera elíptica, con la misma elegancia y exquisitez de la que ya había dado muestras en Germania. Poniendo al espacio como protagonista y a la naturaleza como eje. El arco dramático está atravesado por la llegada de la extraña y como su simple presencia provoca cambios.
La helada negra (2016) es uno de esos relatos sensoriales donde hay que dejarse transportar por el encanto, que provocan estados y que conectan al espectador con un mundo que no necesita de demasiadas explicaciones racionales. De la misma manera que no las necesitan los personajes de esta historia.