El mundo no está preparado para los poetas. Eso piensa la maestra del título del segundo film del israelí Nadav Lapid, el mismo que había sorprendido gratamente con la compleja y provocadora Policeman, ganadora del premio mayor del Bafici en 2012. Y, decidida a ser ella la "intérprete oficial" del pequeño Yoav, se lanza con fe inquebrantable a una aventura con final incierto. Yoav tiene 5 años, es uno de los niños del jardín de infantes donde trabaja, visiblemente su predilecto, y es evidente que tiene una personalidad singular: súbitamente, sin nada que parezca motivarlo con claridad, recita poemas de una profundidad y una belleza notables. Nadie se toma del todo en serio esas iluminaciones poéticas del chico: ni su niñera, una actriz principiante que conoce el don, pero sólo lo considera cuando intuye que puede resultarle útil para sus propios intereses, ni su padre, un empresario gastronómico muy adinerado cuya aparición en la película es formidable. En una escena corta, pero intensa y muy sugestiva, Lapid demuestra su pulso para dirigir actores y logra cargar de múltiples sentidos a ese encuentro ocasional donde la soberbia del poderoso se cruza con un erotismo latente, el mismo que la protagonista irá poniendo en juego alternativamente con su esposo, con un infatuado maestro de literatura transformado en amante y hasta con el mismo Yoav, aun cuando ese vínculo sea puramente platónico.
Pero, igual que en Policeman, Lapid enriquece la trama que dispara el conflicto central -en este caso, la relación entre el niño genio y la maestra decidida a pelear contra un entorno cegado por la banalidad cotidiana- con una envidiable habilidad para filtrar información sobre la abulia del matrimonio, la superficialidad de la televisión y la naturalizada militarización de la sociedad israelí. Y lo hace con inteligencia, acidez y una generosa gama de recursos orientados a enriquecer la puesta en escena que incluye inusuales variaciones de la altura donde coloca la cámara, utilización de tonos y registros diversos (del naturalismo a la ficción más desmelenada), y hasta un precioso miniclip playero de la niñera que parece llegado de otra película.
Todo, aunque pueda lucir a simple vista discordante, responde rigurosamente a las necesidades del relato. Lapid no es un cineasta atildado ni medido. Su talento, igual que el del exótico Yoav, fluye a partir de la imprevisibilidad y el arrebato.