Paradójicamente, en medio de un año que marcará un récord histórico de venta de entradas en las salas de nuestro país, el cine nacional pasa un durísimo momento. En lo que va de 2019, Toy Story 4 se ha convertido en la película más taquillera de todos los tiempos en Argentina con más de 6 millones y medio de espectadores, seguida por otros tanques del emporio Disney como Avengers: Endgame que merodeó las 4 millones de tickets; y El rey león que ya ha superado la barrera de los 3 millones y medio. Mientras tanto, solo una producción de nuestra factoría logró sobrepasar la barrera del medio millón, El cuento de las comadrejas, del siempre rendidor Juan José Campanella, quien esta vez no logró acercarse a las contundentes ventas de éxitos anteriores en su filmografía como Metegol y El secreto de sus ojos.
Más allá de la coyuntura económica particularmente aguda que estamos atravesando, el cine argentino se ha estampado este año con dos grandes ejes de conflicto. Por un lado, las producciones nacionales han enfrentado las complicaciones de un mercado cada vez más descarnado y desigual, con una cartelera que ha priorizado más que nunca un pequeño puñado de exponentes de Hollywood. Pero por otro costado, también es justo reconocer que en esta temporada ninguna película industrial de nuestro país ha tenido el atractivo comercial y la excelencia cinematográfica de sucesos de taquilla de años anteriores como El Ángel y Relatos salvajes.
En un operativo de cuidado, que oscila entre el blindaje y el acompañamiento, la crítica ha repartido múltiples elogios a las dos películas argentinas de 2019 con mayor potencial de rendimiento en boleterías. Una de ellas es la mencionada El cuento de las comadrejas. La otra es el estreno que aquí nos convoca, La odisea de los giles. Se trata de dos obras craneadas por realizadores con notable oficio y buen pulso narrativo. Son films que entretienen con nobleza y sin mayores pretensiones, pero que carecen de ese plus cualitativo que podíamos encontrar en los citados títulos de Luis Ortega y Damián Szifron.
Basada en la novela La noche de la usina, escrita por Eduardo Sacheri, (también autor de la exitosa El secreto de sus ojos), La odisea de los giles nos traslada a los fatales tiempos del "corralito", en nuestro convulsionado pasado reciente de fines de 2001 y comienzos de 2002. Que este film se estrene en plena coincidencia con el momento de turbulencia e incertidumbre que atraviesa el país, le agrega una pizca de inquietud a un material que no tiene ni remotamente como propósito la intención de interpelar o incomodar al espectador. El director Sebastián Borensztein (Un cuento chino), concibió junto a Sacheri un guión que combina con destreza momentos de tensión dramática con unas cuantas bocanadas de humor. El resultado general es óptimo y el relato conquista una automática empatía con la platea. Con un elenco multiestelar que funciona como relojito, la película discurre con un aceitado engranaje de ligereza y encanto, aunque con una notoria falta de factor sorpresa.
El disparador de la historia nos lleva a agosto de 2001. Un ex futbolista que ha sido una suerte de estrella en la pequeña localidad bonaerense de Alsina (Ricardo Darín), embarca a un puñado de vecinos del pueblo en un emprendimiento agropecuario. Víctimas de la inescrupulosa maniobra de un empleado bancario y un abogado, estos personajes de clases sociales y temperamentos diversos pierden los 300.000 dólares que aportaron al incipiente proyecto. A partir de ahí, y sumando un hecho aún más trágico que conviene no anticipar, el grupo emprende un plan para recuperar lo que le pertenece. A mitad de camino entre el ajuste de cuentas y la justicia por mano propia, La odisea de los giles hilvana una serie de situaciones con brillo dispar. En pos de evitar que el conflicto del relato se torne demasiado sombrío, la película prioriza una atmósfera bonachona que funciona como reflejo del deseo de todo argentino: tomar revancha de quien nos haya hundido en lo más profundo del fango.
Apelando a subrayados que afortunadamente logran zafar del exceso, y a personajes que bordean el estereotipo y el trazo grueso, Borensztein organiza cada pieza con precisión sin correr mayores riesgos. Hay cierta tendencia al regodeo en un arsenal de chistes elementales, mayormente propulsados por los personajes más pobres en la escala social. Mientras que los destellos de comicidad del anarquista que interpreta Luis Brandoni trazan un simpático juego autorreferencial con la filiación partidaria del actor. "Compañero, las pelotas", retruca en el momento más álgido del plan este hombre de marcada identidad anti peronista.
Sin lugar a dudas, el principal motor de La odisea de los giles es el que aportan los Darín. Ricardo y el Chino aquí no solo brillan replicando el mismo vínculo de la realidad en la ficción, sino que también ofician como coproductores de este proyecto capitaneado por la compañía K&S, mentora de la icónica Relatos salvajes. La factura de producción reúne los condimentos necesarios para transformar esta propuesta en el gran éxito del cine argentino del año. Entretenimiento eficaz al que le falta apenas una vuelta de tuerca para conquistar la magia propia de un espectáculo concebido en pleno estado de gracia.
La odisea de los giles / Argentina-España / 2019 / 115 minutos / Apta para mayores de 13 años / Dirección: Sebastián Borensztein / Con: Ricardo Darín, Luis Brandoni, Chino Darín, Verónica Llinás, Daniel Aráoz, Carlos Belloso, Marco Antonio Caponi, Rita Cortese y Andrés Parra.