Nueva adaptación cinematográfica de la novela de Denis Diderot (novela inconclusa, es bueno recordarlo, y publicada luego de la muerte de su autor), La religiosa versión 2013 fue dirigida por Guillaume Nicloux y estrenada mundialmente en la edición del Festival de Berlín de ese año. Y si bien la famosa frase sigue rezando sobre lo odioso de toda comparación, resulta casi inevitable no pensar en la versión de 1966 de Jacques Rivette, a su vez traslación de su propia y exitosa puesta teatral, ambas con la presencia inestimable de la musa nuevaolera Anna Karina. En todo caso, la pregunta pertinente podría ser la siguiente: ¿qué le decía la versión Rivette de un clásico literario del siglo XVIII a la sociedad de los años ’60 y qué ideas puede brindar la mirada de Nicloux, en pleno siglo XXI, sobre la historia del sometimiento de una mujer obligada a tomar los hábitos? En principio, y sin llegar a encaramarse en el anaquel del tratado feminista, La religiosa 66 buscaba y encontraba –con su puesta en escena impiadosamente rigurosa– varios vectores de sometimiento y asfixia en común entre ambos mundos; de allí, tal vez, que el film se convirtiera en un no tan pequeño escándalo en el momento de su estreno.
No es para nada casual que el final de esa película –creado por Rivette y Jean Gruault, tomando la posta a partir del último capítulo escrito por Diderot– registre las últimas desventuras de la joven Suzanne luego de escapar de su segunda prisión en forma de convento, convertida primero en prostituta y en mártir suicida más tarde. Tampoco es fortuito que Nicloux y su coguionista Jérôme Beaujour hayan optado por un cierre absolutamente disímil, casi opuesto, tal vez más “novelesco” y por cierto mucho más optimista. Esta nueva La religiosa opta por un tipo de relato menos duro, más accesible y empático, cercano por momentos al film de época al uso. ¿Será cierto que algunas luchas ya han sido ganadas? A pesar de su carácter limitadamente combativo, de no ofrecer una crítica tan clara o al menos tan dura a la institución religiosa en su conjunto, es posible hallar no pocas virtudes en el registro naturalista elegido por el realizador y en esta nueva Suzanne interpretada por Pauline Etienne con prestancia y total entrega.
Otra notoria variación entre ambas protagonistas es el cambio de mirada, de víctima pura (en la versión de Rivette) a una actitud más férrea de rebelión y enfrentamiento en esta nueva adaptación: si bien ambas son monjas que no quieren serlo, la Suzanne de Nicloux está más cerca de encarnar cierto ideal de heroína moderna y no tanto la víctima sacrificial rivettiana. Por supuesto, siguen estando presente las torturas psicológicas y físicas a la protagonista, el paso de un monasterio dirigido con mano férrea por una dictatorial Madre Superiora a otro donde los crecientes avances sexuales de la abadesa (Isabelle Huppert en un rol que le calza como anillo al dedo) ponen a Suzanne nuevamente entre la espada y la pared. Si los últimos pasos de la joven luego de ser rescatada parecen dirigirla hacia una posible libertad personal o, por el contrario, implican un simple cambio de dueño –del corset de la vida en el claustro a la recaída en el patriarcado por vía de la búsqueda de los orígenes biológicos– dependerá bastante del punto de vista del espectador. Algo es indudable: la sensibilidad de esta nueva religiosa es indiscutiblemente contemporánea y cierto carácter de liviandad, a pesar de los hechos retratados, una de las virtudes pero, también, el mayor pecado del film.