Nada se parece a un film italiano actual en este rincón de la península donde el alemán Wolfgang ha instalado su pequeño reino familiar en el que las mujeres son mayoría. Fábula, fantasía, documental, imaginación, vida real, en fin: todo cabe en este cuento singular entremezclado con la poesía de una autora que con sólo dos films en su haber ya exhibe un estilo y un lenguaje propios. Aquí está la esposa, que fue presuntamente a quien él siguió enamorado cuando la conoció de joven y decidió que allí, en ese impreciso límite entre Umbria, Lazio y Toscana -como la propia autora del film se encarga de ubicarlo-, podrían vivir su sencilla vida de apicultores, criar a sus pequeñas hijas y mantenerse alejados de un mundo que -juzgan- está por terminarse.
Wolfgang no ha sido padre de un varón, pero no lo lamenta. Están sus tres hijas y entre ellas está Gelsomina, la mayor, la predilecta, que a los 12 años es capaz de ordenar los trabajos y distribuir los abundantes quehaceres cotidianos en ese hogar de campo. Y hasta tiene la vista necesaria y los dedos finos para quitarle uno por uno los aguijones que los insectos le han clavado en la espalda cuando vuelve de regreso a casa al cabo de esas largas jornadas de verano.
El cariño que une a Wolfgang y Gelsomina es mutuo y entrañable. Y constituye sin duda uno de los sentimientos que el film expone de modo más conmovedor. La cultura y las tradiciones se conservan así y así se transmiten, de padres a hijos. Y se defienden con todas las fuerzas.
Tal como Alice Rohrwacher lo pinta, el día a día de la familia campesina transmite ese calor del hogar con una sinceridad que parece filtrarse en las imágenes tanto como en los rostros de los actores. No cuesta suponer que son muchas las experiencias vividas de niña por ella (y por su hermana Alba, la actriz que encarna a la madre), y que han inspirado muchos momentos que el film recrea con delicadeza singular.
Esta curiosa comunidad disidente, cuyo padre está convencido de que el nuestro es un mundo llamado a desaparecer, ha elegido apartarse, mantener distancia. Precisamente para salvar a los chicos: Gelsomina, Marinella Caterina y Luna. Como si su modesto paraíso del campo, ese donde es necesario trabajar tan duro y a toda hora, fuera su propia arca de Noé. Allí se refugiarán los chicos, crecidos en íntimo contacto con la naturaleza, mientras tanto el mundo de esas felicidades de cartón pintado siga avanzando como avanzan esas "maravillas" que desde el comienzo del film están vendiéndonos los engañosos milagros de la televisión, con sus concursos, su hada blanca de ficción y sus premios, que pretenden celebrar los valores de la tradición y rescatarlos en su pureza.
Valores que perduran tanto en la dulce miel que entregan las abejas como en la mirada franca, noble y luminosa de Gelsomina, sobre todo ahora, cuando empieza a descubrir el amor en el inesperado compañero que le ha traído el azar y que prefiere expresarse en silbidos antes que con palabras.