Alma se ha separado del hombre con el que compartió diez años, y vive temporalmente en su auto. Roberto ha vuelto al país después de treinta años, para hacerse cargo de un departamento que le dejó su padre. En España tiene una familia, un buen trabajo, y sueños que ha ido perdiendo. En medio de un embotellamiento y de la dispersión de una manifestación, Roberto entra en el auto de Alma, lastimado y empapado. Alma, sin saber por qué, hace lo que Roberto le pide, sin sospechar que ese encuentro abrupto modificará sus vidas.
“Hernández expone a sus criaturas al dolor de ser, al momento culminante que sólo puede entenderse cuando la lluvia, una metáfora de todo aquello que impide y, a la vez, fuerza a descubrir la felicidad, parece no tener fin. Bertuccelli y Alterio (…) son actores de una riqueza vasta, contundente, vital. En su discurso, Hernández demuestra que prefiere la transparencia del lenguaje austero a la retórica hueca o a los tiempos muertos pretenciosos. Su cine es ‘del sentimiento’ y su lenguaje es preciso, justo. Al audiovisual argentino le hacen falta propuestas como las de Hernández. Es una suerte poder ver alguna, de vez en cuando, hecha realidad. ” / Claudio D. Minghetti – La Nación