Inspirada en una historia real, esta apuesta de Netflix realizada en coproducción entre Estados Unidos, Italia, Reino Unido y Argentina; puede verse en Mendoza en la pantalla grande de Cine Universidad (Nave UNCuyo), dos semanas antes de su debut masivo a través del gigante del streaming.
Con un sostenido pulso narrativo, el director brasileño Fernando Meirelles ("Ciudad de Dios", "El jardinero fiel"), se apoya en el oficio del guionista Anthony McCarten, quien ya ha demostrado su eficacia en biopics como "Bohemian Rhapsody", "La teoría del todo" y "Las horas más oscuras"; para indagar en la trastienda del Vaticano y el debate por el máximo liderazgo de la Iglesia Católica, en la transición del poder de Benedicto XVI a Francisco. Como era de esperar, la dupla protagónica conformada por Anthony Hopkins (interpretando con rigor a Ratzinger) y Jonathan Pryce (dando en la tecla carismática de Bergoglio); aporta la suficiente solvencia como para sostener un relato que atraviesa algunas instancias solemnes, sobre todo en los primeros minutos, pero que luego cobra el suficiente vuelo como para humanizar y darle espesor a dos figuras eclesiásticas de altísimo rango.
Con el soporte de imágenes de archivo, el relato comienza con la muerte de Juan Pablo II y la sucesión de Benedicto XVI. Si bien el asunto inicialmente puede sonar a Wikipedia ilustrada, Meirelles se encarga de sacudir un poco la seriedad del cónclave introduciendo una simpática escena en la que cardenales silvan en un baño del Vaticano el clasico hit de ABBA "Dancing Queen". Ese guiño inicial traza una suerte de pacto de amabilidad entre la platea y los protagonistas de esta historia, que se extiende con cierta ligereza durante todo el metraje de la película. En simultáneo, y sin opacar ese registro juguetón, el guión se encarga de ajustar las clavijas en dos secuencias que resultan fundamentales a la hora de entrar en el plano intimista de dos referentes de perfiles tan opuestos como los de Ratzinger y Bergoglio.
Una de ellas tiene que ver con la llegada del cardenal arzobispo argentino a la residencia de verano donde descansa el papa alemán, coincidiendo con la polémica filtración de documentos del Vaticano que derivó en la prisión del secretario del líder religioso. Si bien la película traza al ex Sumo Pontífice con rasgos más antipáticos que los del hincha de San Lorenzo más influyente en el mundo, hay una escena nocturna de acertado tono intimista, en la que un Bergoglio vulnerable dispuesto a renunciar a su rol como cardenal le confiesa a Benedicto su culposo accionar durante la dictadura en nuestro país. Más allá de la empatía y la admiración hacia la figura de nuestro ícono nacional profesada por Netflix en "Los dos papas", la película de Meirelles no titubea a la hora de aclarar las cuentas pendientes y los tantos políticos. El cura argentino visitó más de una vez el despacho del almirante Masera y le dio la comunión a Videla en su casa. Pero para no pecar de sentencioso, el film remarca la intención de Bergoglio de salvar la vida de unas cuantas personas, incluyendo varios compañeros jesuitas, en aquellos siniestros años '70. Así y todo, queda expuesta que la interacción entre el sacerdote y la cúpula militar no fue de una oposición manifiesta.
Más allá del tono culpógeno de la confesión, la película se impregna de un vuelo adicional cuando los flashbacks nos muestran a Juan Minujín interpretando a la versión joven de Francisco. Las contradicciones entre los errores, los ideales y los cambios que atravesaron a través de unas cuantas décadas tanto Ratzinger como Bergoglio, son la materia prima para que "Los dos papas" vaya labrando un subtexto que termina siendo más poderoso que el relato que aparece en primer plano. La angustia de estos dos referentes de matices antagónicos en una estructura tan inmutable y avasallante como la del Vaticano, queda en carne viva a medida de que avanzan los minutos.
La otra secuencia vertebral de esta historia que contiene unas cuantas aristas de interés, sucede en la Capilla Sixtina (recreada con notable detalle en los estudios Cinecittà). Allí quien se quiebra frente a Bergoglio es Ratzinger, por motivos que aquí no conviene anticipar. Benedicto XVI fue el primer papa en renunciar en cerca de 700 años de historia de la Iglesia, y si bien la sombra de su partida no está tan desarrollada como la instancia del accionar del referente argentino en la dictadura, la sugerencia alcanza para generar un perturbador escozor, que ni siquiera se diluye con los dos religiosos brindando con Fanta y comiendo pizza.
"Los dos papas" es una película más valiente de lo que parece. Bajo un manto de frescura, y esquivando holgadamente el tono de denuncia, sabe camuflar una incómoda mirada sobre una institución que más allá de uno que otro cambio en las formas de sus líderes, permanece inmutable bajo dogmas que van quedando obsoletos. Definitivamente, no estamos ante un film provocador o irreverente, pero sí frente a una comedia dramática que entiende que la clave para desempolvar la hipocresía está en sacudir unas sotanas milenarias, para que luego el espectador haga su propio examen de conciencia, ajeno a todo sermón.
The Two Popes / Estados Unidos-Italia-Reino Unido-Argentina / 125 minutos / Apta para mayores de 13 años / Dirección: Fernando Meirrelles / Con: Anthony Hopkins, Jonathan Pryce, Juan MInujín, Sidney Cole, Thomas D Williams, Federico Torre.