La Competencia Oficial del último Festival de Cannes cerró con una deslumbrante (al menos desde lo visual) transposición dirigida por el australiano Justin Kurzel con Michael Fassbender como el tiránico rey de Escocia y la estrella francesa Marion Cotillard como su manipuladora esposa.
Es cierto que muchos consagrados directores (desde Orson Welles hasta Roman Polanski, pasando por Akira Kurosawa) ya habían filmado con disímiles aproximaciones esta tragedia de William Shakespeare, pero el realizador de The Snowtown Murders (revelación de Cannes 2011) matiza los largos e intensos monólogos con una puesta en escena hiperestilizada y dominada por efectos visuales, imágenes viradas en muchos casos al naranja (cada plano es como una pintura), el uso de la cámara lenta y una edición eficaz (y algo efectista) para una serie de encuadres y movimientos de cámara siempre virtuosos.
En la era de las series (este Macbeth podría ser una perfecta cruza entre la épica de Game of Thrones y las intrigas político-palaciegas de House of Cards), Kurzel no se limita a filmar a sus dos figuras recitando las célebres frases del autor sino que construye una historia llena de sangrientas batallas con Fassbender con su cara pintada a-la-Corazón valiente y cortando cabezas como si saliera de la saga de 300, rituales, fantasmas y confabulaciones para el ascenso, apogeo y caída de ese héroe de guerra devenido tirano.
Un doble juego de respeto y “traición” al texto original que es necesario para que un proyecto de estas dimensiones funcione para un público masivo en el cine actual.
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12 de mayo de 2021