Con apenas tres películas en 16 años, a Kenneth Lonergan le alcanza para ser uno de los mejores guionistas y directores a la hora de abordar cuestiones extremas como la muerte y la culpa. Tanto Puedes contar conmigo como Margaret y ahora Manchester junto al mar exponen tragedias que cambian para siempre las vidas de personajes que alguna vez estuvieron conectados con sentimientos bellos y positivos, pero que luego de determinados imprevistos (enfermedades, accidentes, errores) se ven obligados a lidiar con los peores traumas y fantasmas interiores.
Lo que hace del cine de Lonergan algo completamente opuesto al melodrama sentimental y afecto al golpe bajo son su sutileza como escritor, su austeridad y pudor a la hora de exponer la intimidad herida de sus criaturas (sin por eso escudarse, reprimirse o resultar timorato), su talento como narrador (es un maestro de la puesta en escena) y su capacidad para la dirección de actores (la de Casey Affleck es una de las mejores interpretaciones en mucho tiempo y los personajes secundarios también se lucen en diversos momentos).
Es probable que muchos espectadores tengan ciertas resistencias y estén ya algo agotados frente a historias que traten a pura solemnidad el dolor, la tristeza, la nostalgia y la ausencia, pero hay que advertirles que pocas veces como en Manchester junto al mar se alcanzan una intensidad emocional y destellos de humor a partir de recursos nobles como los que consigue Lonergan.
La odisea (introspectiva) de Lee Chandler, un portero de Boston que debe viajar a la Manchester del título para hacerse cargo de su sobrino adolescente Patrick (Lucas Hedges) tras la muerte de su hermano Joe (Kyle Chandler), tiene el doble efecto de resultar fascinante y perturbadora, sutil y desgarradora al mismo tiempo porque está narrada (e interpretada) con una elegancia asombrosa, logrando que por esta vez cada uno de los flashbacks sobre el pasado de los personajes adquiera una dimensión inusitada en el presente de la narración.
El protagonista, que carga con su propia tragedia personal que ha destruido su existencia, encuentra en el encanto y la sensibilidad del joven Patrick un ancla inesperada para no seguir hundiéndose. Porque de eso se trata Manchester junto al mar, de los encuentros en medio del dolor, de esas irrupciones de belleza y momentos de comprensión cuando todo parece estar perdido. No es cine de autoayuda. Es la manera sincera y honesta que un artista tiene de acercarse a lo más profundo y esencial de la naturaleza humana, exponer las diferencias generacionales y describir las angustias existenciales de una sociedad.