Marguerite (2015), dirigida por Xavier Giannoli, es una de las grandes películas de este año. Una historia tragicómica, basada en un hecho real, que está realizada con elegancia, solemnidad y plagada de un humor que la vuelve hilarante y conmovedora. Todo a partir de un personaje que ve su vida hecha una obra arte, y que al perseguir sus sueños delirantes, comienza un viaje hacia la oscuridad de su propia autodestrucción. Una película que triunfa, pues se abre a diversos temas que terminan por hacer remecer a un cautivado espectador.
En el Paris de los años 20, después de la Primera Guerra Mundial, la baronesa Marguerite Dumont (Catherine Frot), amante del canto lírico y la ópera, organiza grandes banquetes en su enorme mansión. Pertenece a un círculo artístico de la elite francesa donde disfruta de cantar ante sus nobles amigos. Ella se deleita y emociona al ver que todos la aplauden y la amen, sin embargo, canta de manera desastrosa, desafinado y tan fuera de tono que produce la burla de quienes la oyen. Es directamente horrible pero nadie es capaz de decírselo. Dado su poder económico y las grandes sumas que da a su círculo artístico -además de otras donaciones- nadie se atreve a decirle lo mal que lo hace y que en lugar de cantar, lanza alaridos agudos e incomprensibles, tan chillones que terminan por matar el buen gusto de cualquiera. Un día Marguerite, empujada por jóvenes poetas de vanguardia y segura de su “talento”, decide organizar un recital ante el público parisino. Estar frente a la gente, políticos y famosos de alta estirpe, pondrá de vuelta y media a toda su gente, en particular a su marido, un hombre respetado en la sociedad.
Marguerite es un film peculiar porque está hecho de una limpieza técnica propia de las grandes adaptaciones cinematográficas pero contado a partir de un no talento. Como si la estrella fuera únicamente la carcajada del Mozart de Amadeus (1984) de Miloš Forman, esta vez la voz del personaje principal carece absolutamente de ese nivel de arte tan álgido y noble que la estética de la película ofrece, aun cuando Marguerite pertenece a un alto nivel social donde abundan los carruajes y las casonas, y se escuchan operas de grandes maestros de la música. Es decir, toda la pureza de la imagen, se contrapone con la voz desagradable de Marguerite que hace temblar los tímpanos cada vez que se empeña en su fantasía de ser una gran soprano. La elegancia produce risa y conmueve al mismo tiempo.
Sin duda la película tiene al arte como el mensaje principal y la fantasía personal, aunque se esté al borde de la locura y no se tenga el talento. Marguerite es polémica porque divide a los poetas vanguardistas y a los pensadores conservadores. Escucharla y verla cantar es un evento emocionante para el nuevo arte moderno y un desastre para el arte clásico. Pero además, la falta de tino y conocimiento de Marguerite la vuelven tierna en su ignorancia, porque apoyando a los vanguardistas no sabe en lo que se mete.
Catherine Frot hace un trabajo espléndido y da esa complejidad necesaria y brillante para sentir pena y emoción por Marguerite. Es el accionar de seguir un sueño inalcanzable junto a la manera de organizar el relato del director Xavier Giannoli lo que vuelve a la película al bordee de la perfección. Las ganas de Marguerite abren un mundo oscuro lleno de intereses e hipocresías por parte del resto de los personajes, llenos de máscaras y caras reales ocultas. Todo tan bien reflejado para una sociedad a la que le espera la Segunda Guerra Mundial, en este film histórico tan actual y necesario en su visionado.
Dividida en fragmentos, posee algunas subtramas realmente innecesarias que la alejan de esa perfección, como la historia del personaje interpretado por Christa Theret, que incluso es utilizada como cortina de cada capítulo. Pero más allá de eso, es como una tragedia griega: se construye sobre las justas dosis de drama, suspenso y comicidad, dejando la sensación final de que muchas cosas se despertaron a partir de esa horrible voz.