En su primer paseo en solitario como realizador, Gastón Duprat está a centímetros de morder la banquina con su primera película de alto costo. Su habitual co director, Mariano Cohn, esta vez ocupa el sillón de productor, y su hermano, Andrés Duprat; vuelve a hacerse cargo del guión. El trío fue responsable de films como El artista, El hombre de al lado y el éxito de taquilla El ciudadano ilustre. Justamente, a partir del suceso del último título, que con un presupuesto moderado arrasó en boleterías y conquistó múltiples premios en festivales internacionales, el combo vuelve a la carga con una apuesta que en varios momentos queda a mitad de camino.
La exploración de los oscuros laberintos del fraude en el mundo del arte ya había sido abordada con mayor inspiración por este equipo en la mencionada El artista. Andrés Duprat, arquitecto que oficia como director del Museo Nacional de Bellas Artes, evidentemente conoce esos rincones al dedillo. Pero esa experiencia no se traduce en el vuelo rasante del guión de Mi obra maestra, un relato que gira alrededor del vínculo entre dos queribles patanes: Renzo Nervi, un pintor que tuvo su momento de esplendor en los años '80 (magnífico Luis Brandoni) y su eterno galerista Arturo Silva (afilado Guillermo Francella). Las pinturas de Nervi, creadas realmente por Carlos Gorriarena, un argentino que también vivió su era de aclamación hace tres décadas, ya no venden; pero creador y marchand mantienen un largo vínculo que se debate entre la amistad y la interdependencia.
Mi obra maestra tiene tres grandes problemas. El primero, increíblemente no está en la película sino en su trailer, que anticipa/quema todos los ganchos humorísticos, y también revela una vuelta de tuerca que se supone es una de las claves de la resolución del relato. Por lo tanto, si quieren algún tipo de factor sorpresa, esquiven el video que está al final de esta nota.
Pero los inconvenientes no terminan en el avance promocional. Los Duprat conciben una película desde las premisas del trazo grueso, aunque al contrario de lo que muchos críticos y espectadores piensan, la falta de sutileza no siempre es sinónimo de mala película. Directores como Álex de la Iglesia por ejemplo, han sabido dar cátedra de humor mordaz, levantando por lo alto las cartas de la farsa y el grotesco. En cambio, los hermanos argentinos, no terminan de asumir el carácter ramplón de la historia que cuentan y pretenden adornar todo con un forzado moño de sofisticación.
A los escollos del trailer y del trazo grueso, se suma el pozo más difícil de sortear: el de los personajes construidos como maquetas sin espesor. Desde el principio sabemos que Renzo y Arturo son dos tipos jodidos, pero las casi dos horas que transita el film no alcanzan para explorar otros matices. Ni de los protagonistas, ni de secundarios como el del español Raúl Arévalo. No se trata de que los personajes desplieguen acciones contrarias a su esencia, pero al menos dotarlos de una profundidad que no se agote en lo que dicen (de manera súper literal), o hacen (de modo ultra explícito).
A mitad de camino entre las vueltas de tuerca del relato y los inorgánicos cambios de tono que propone, Mi obra maestra es una suerte de collage de mil películas en ninguna. Funciona cuando se dispone a jugar con soltura alrededor de gags simples y eficaces, pero cuando amaga a ponerse oscura, bordeando temas como la decrepitud en la vejez y la eutanasia; se vuelve innecesariamente solemne. Luego de un volantazo, el film intenta recuperar su tono juguetón, y en el medio, salpica algunas escenas de cierta impronta experimental con planos detalle de las pinturas y una subrayada música electrónica. En todos los rumbos que intenta transitar esta historia, su problema mayor es el de sugerir que está dejando algo entre líneas cuando en realidad a su lienzo se le ve hasta el último hilo.
Más allá de un relato trazado desde premisas fallidas, cuando hay dos actores de nobleza cargándose al hombro escenas que se reparten entre la obviedad y la simpática ocurrencia, se genera un acto mágico que transforma un guión que pretende ser astuto, en una experiencia disfrutable a puro motor de química entre Luis Brandoni y Guillermo Francella, dos potencias que ponen todo su arsenal y preciso timing como infalibles comediantes. A ellos se suma una superlativa Andrea Frigerio en un personaje secundario, una actriz cada vez más sólida que a esta altura tiene las cartas de merecimiento para un rol protagónico. Si no fuera por la alquimia de sus protagonistas, Mi obra maestra sería uno de esos cuadros que cuelgan sin pena ni gloria en algún olvidado rincón de la casa.
Mi obra maestra / Argentina-España / 2018 / 100 minutos / Apta para mayores de 13 años / Dirección: Gastón Duprat / Con: Guillermo Francella, Luis Brandoni, Raúl Arévalo, Andrea Frigerio, María Soldi.