Mustang: Belleza salvaje (Mustang, 2015) hizo mucho ruido en su lanzamiento en el 68 Festival de Cannes, seleccionado en la “Quinzaine des réalisateurs”. El primer largometraje de Deniz Gamze Ergüven, que tiene una repercusión internacional inesperada (nominación a mejor película extranjera en los Oscars y en los Golden Globes), es un himno a la libertad, fresco y fogoso.
Deniz Gamze Ergüven es turca pero estudió dirección de cine en Francia, en la FEMIS, una de las escuelas de cine más reconocidas del país. Con Mustang: Belleza salvaje, decide filmar su país natal, poniendo en escena, en el marco de un pueblo alejado de Turquía, la historia de cinco hermanas (Sonay, Selma, Ece, Nur y Lale) poco a poco encerradas por completo. Tanto en la casa familiar, que se convierte en una torre insuperable, como en sus vidas- se tienen que casar una por una- las protagonistas principales están sometidas a las decisiones del patriarca de familia.
Parecería que el tema del encierro es una importante fuente de reflexión para la directora ya que Mustang: Belleza salvaje hace eco de su primera película de escuela, un documental llamado Libérables (2006), que constituye una serie de encuentros con hombres recién salidos de la cárcel y que hablan de sus años atrás de las rejas y su vuelta a la libertad. Esta vez de manera ficticia, propone abordar el encierro por la forma del cuento. El guión muy romanesco (firmado por la misma directora y la reconocida Alice Winocour) hace de las protagonistas verdaderas heroínas.
Puntuada de coups de théâtre, la trama narrativa se concreta a través de una filmación muy rápida: La cámara, voluble, se mueve en permanencia, con las ganas de no perder ningún movimiento de las cinco actrices. Aunque a veces pueda resultar un poco agotador, despertando la necesidad de contemplación y de descanso en medio de este ritmo frenético, permite sumergirse por completo en la acción. Además, la música de Warren Ellis, por su mezcla de gravedad y melancolía, ofrece momentos de verdadera suspensión en el relato. En esta movilidad de la imagen confluye la fuerte “inquietud de vida” de las heroínas, que sin duda da su nombre a la obra. Mustang es el caballo salvaje indomable, y también el auto famoso por su velocidad. Asimismo, todo va muy rápido en la intriga como en la vida de las hermanas durante este verano.
Se siente en efecto la increíble potencia de la unidad, hecha por varias identidades, a lo largo de las escenas de grupo. Son cinco, pero cuando están juntas, parecen una sola entidad. De hecho, Ergüven habló del grupo como una suerte de Hidra de Lerna: cada una tiene sus individualidades, pero componen un mismo cuerpo. La más joven, Lale, tiene que pasar por varias pruebas para poder salvarse, para crecer y construir su propio mundo, su propia forma de manejar (y esto en sentido literal). Por ella, se puede pensar que se salvan todas, como la Hidra que pierde cabezas pero que sin embargo sobrevive.
Este grupo contraataca el encierro que les impone Erol, el tío monstruoso. Una inmensa fuerza proviene de la fusión de todos sus caracteres, de sus feminidades poderosas y desbordantes. Los cabellos vuelan, juntos a las risas y gritos dentro de esta casa/cárcel más y más austera. ¿Las castigan porque sus entrepiernas tocaron los hombros de los varones con quien jugaban en el mar? En un tenso plano secuencia, Lale agarra las sillas de la casa y las prende fuego: “ellas también tocaron nuestras entrepiernas”. Con este gesto lleno de espontaneidad e insolencia, prende fuego también a los diktats. Esta cárcel que Erol construyó se vuelve contra él, en la secuencia final, punto culminante de la acción.
Sabiendo que el elemento disparador de la intriga de Mustang: Belleza salvaje es autobiográfico, ¿será una suerte de venganza de parte de Ergüven? Se puede leer así, pero de todas formas, los varios vínculos con lo real, incluida la decisión de filmar en un entorno natural, hacen que parte de la gracia de la película resida en que esta ficción romanesca no deje de ser el retrato de una sociedad existente.