Desde su debut, allá por comienzos de los años '80, hasta hoy, Jim Jarmusch ha construido una filmografía con una identidad inconfundible. Siempre rechazando el modelo de cine ampuloso y el vértigo narrativo, que tanto se han impuesto en estas décadas, sus películas son una auténtica bocanada de nobleza, en medio de tanta producción ejecutada en piloto automático.
Con Paterson, el realizador de Extraños en el paraíso, Bajo el peso de la ley, El camino del samurái y Flores rotas; entre otras tantas, nos introduce amablemente en una semana en la vida de un chófer de colectivos (Adam Driver), que vive en la localidad de New Jersey que tiene su mismo nombre, es decir Paterson. Allí, el actor a quien vimos en propuestas tan diversas como Episodio VII: El despertar de la fuerza o Inside Llewyn Davis, reparte sus días entre su trabajo en el bus, siempre captando lo que sucede en ese microcosmos tan particular sobre ruedas, y sus momentos hogareños con su pareja (la actriz iraní Golshifteh Farahani), que tiene la particular pasión de diseñar todo su entorno en blanco y negro. El combo rutinario se completa con las visitas del protagonista a un bar donde toma su cerveza cada anochecer, y el protagonismo central de su perro bulldog (Nellie).
Paterson recibió un par de distinciones en el Festival de Cannes, por un lado estuvo nominada al premio máximo, es decir la Palma de Oro, y por otro, Nellie obtuvo la Palma de Perro, dedicada a la mejor actuación canina. Lamentablemente, la perra murió antes de la entrega de premios y se transformó en el primer can en recibir dicho galardón de manera póstuma.
¿Qué tiene de maravillosa esta pequeña y encantadora historia? Esa misma calidez intimista que podemos encontrar en varios films de Jim Jarmusch. Su precisión a la hora de trazar personajes a partir de diálogos que rehúsan de toda solemnidad, y en unos pocos minutos pintan a sus protagonistas en varias de sus dimensiones. Y también su habilidad a la hora de captar esos instantes de absurdo cotidiano, en los que claramente el espectador puede sentirse reflejado, sin ser tomado del cuello por ningún gancho de guión que pretenda generar esa empatía a puro motor de fórmula narrativa. El cine de Jarmusch ha optado casi siempre por la eliminación del vértigo y del artificio. A la vez que los toques de excentricidad de sus personajes, nunca asumen una pose cool, sino que todo detalle de rareza, se desliza de un modo tan genuino como orgánico.
La poesía, juega en este film de Jarmusch, un rol medular. El conductor de bus vuelca en una libreta todo aquello que contempla a su alrededor. Y aquí es donde el director vuelve a esgrimir sus cartas de nobleza, sin torcer la muñeca hacia el territorio de esos films que hacen alarde de una prosa "impostada" y "metafórica". No hay entrecomillado en el cine de Jim Jarmusch, sus películas siguen destilando esa textura artesanal, que lamentablemente en los cines va camino a la extinción. En este sentido, y más allá de que al realizador los elogios y premios le resulten apenas accesorios, sus films se han transformado en ese inigualable refugio de resistencia, que tanto él como sus seguidores, siempre estarán dispuestos a preservar.