Es cine estadounidense no significa lo mismo que cine de Hollywood. Y cine de Hollywood no significa necesariamente cine estadounidense. Algunas películas de Hollywood no tienen pertenencia ni pertinencia con lo estadounidense, son relatos globales sin anclaje cultural nacional. Y hay películas estadounidenses que son independientes de cualquier tic o cualquier rasgo -sea bueno o malo- de Hollywood, y que cuentan historias arraigadas en su territorio, que pueden mapearlo con cercanía.
Con el estreno comercial de Por siempre amigos (Little Men) estamos ante el primer lanzamiento comercial de una película del cineasta independiente, y fuera de Hollywood, Ira Sachs. Y Little Men -el título local es el único error conceptual en este acontecimiento- es una de las mejores películas de este 2016, que ya recorrió festivales como Sundance, Berlín y Bafici. Decir uno de los más grandes films de 2016 quizás sea impropio: Little Men es una película de una modestia difícil de hallar, de una escala humana refulgente.
Es la historia de dos adolescentes neoyorquinos -Jake y Tony-, de su amistad, de sus familias, de las relaciones entre padres e hijos, de la educación y de los cambios, de su lugar y sus vidas. Y, sobre todo, es una película sin héroes y sin villanos. Con adultos y adolescentes que se equivocan, que reaccionan de formas erróneas o acertadas, y que, como se dice en la película, tratan de amoldarse a las novedades, a las buenas y a las malas noticias.
Aquellas frases que dicen los personajes y que pueden usarse como clave general de lectura nunca son un manual de instrucciones o una sentencia prescriptiva. Ésta es una película abierta, que nos permite cambiar las posibles identificaciones, que tiene la capacidad para crear personajes de gran riqueza con pocos trazos, y que nos deja conocerlos y relacionarnos con ellos y sus circunstancias de formas diversas, según nuestras propias historias de vida. Que Little Men nos invite con delicadeza y nos permita recorridos emocionales diversos no significa que sea un relato laxo o deshilachado, más bien al contrario. Siempre estamos ante algún dilema, ante alguna decisión, ante acciones y reacciones.
Que una película así de fluida y hasta tensa juegue con tantas emociones, que pinte a esos pequeños hombres que son los adolescentes y que a la vez nos hable de la pequeñez y de la grandeza de los hombres, que nada de esto lo declame de forma literal sino que lo sugiera y lo integre con inapelable cohesión, que flote grácil sobre estos personajes (y sobre estos grandes actores y actrices) y que nos deje la sensación plena -feliz, para qué dar más vueltas- de que todavía pueden contarse estas historias, son todas pruebas de que el cine resiste, y también de que nos puede transformar en apenas 85 minutos.