El estreno comercial de una película islandesa es, de por sí, una rareza. Pero si además se trata de una buena (o muy buena) producción de ese origen ya alcanza el estatus de pequeño acontecimiento cinéfilo. Y llega en momentos en que -sorprendentemente- Islandia se convirtió gracias al fútbol (revelación absoluta de la reciente Eurocopa) en un país querible para muchos.
¿De qué se trata esta nueva película del guionista y director de Summerland? Dos hermanos que viven en casas contiguas y se dedican a lo mismo (criar ovejas) en el norte de Islandia no se hablan desde hace 40 años, pero están siempre pendientes de lo que hace el otro.
La película arranca en tono de comedia costumbrista inglesa (el mayor le gana un concurso entre sus animales por medio punto) y luego deriva hacia la tragicomedia absurda a-la-Kaurismäki. Sin embargo, a los pocos minutos se conoce la noticia de que un virus ha infectado al ganado y ambos se ven obligados por las autoridades a sacrificar a todas sus ovejas. Uno de los protagonistas, sin embargo, decide esconder unos pocos ejemplares en el sótano.
Si esta descripción del planteo inicial ya ofrece varios bruscos cambios de tono, el final -insólitamente emotivo- resignifica y engrandece este pequeño film, que además hace un excelente uso de las locaciones heladas de la inhóspita, bella (y ahora de moda) Islandia. Más allá de si había o no mejores películas en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes cuando ganó el galardón mayor, se trata de una película noble y entrañable que nos acerca a una geografía y una sociedad que nos resultan decididamente ajenas, pero por alguna razón misteriosa también nos cautivan.
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12 de mayo de 2021