Desde su presentación en el Festival de Sundance de 2015 la última película del director de la recordada Starlet (2012, ¡también estrenada comercialmente en nuestro país!) viene levantando tanto revuelo por el hecho de haber sido filmada con un iPhone 5s que desplazó al análisis artístico de una obra cuyos méritos exceden claramente a esa ¿restricción? formal. Por supuesto que no deja de llamar la atención lo bien que se traslada a la pantalla ancha la mirada urgente, de colores saturados, de una Los Angeles alejada de las imágenes de tarjeta postal. Pero ese acercamiento formal, más allá de su origen ligado a las imaginables limitaciones de origen económico, se vincula con la historia que vemos discurrir ante nuestros ojos.
Sindee, travesti que se prostituye en West Hollywood, acaba de salir de la cárcel y allí se entera por una colega y amiga de que su novio (y cafiolo) la engañó durante el lapso de su obligada ausencia. Especie de “Corre, Sindee, corre” que sigue el rapto de celos y venganza de la protagonista cruzada por la impronta verista cuasi-documental a la que ayudan el formato y el encanto de los actores no profesionales, de la deriva también participa un taxista extranjero que no puede dejar de pensar en las travestis aunque se encuentre en su casa, con su familia.
Los lugares en los que sucede la acción son esas calles de Los Angeles en las que nadie camina, algún negocio de fast food (la “oficina” del cafiolo es un local que vende donuts), un karaoke de mala muerte: espacios vacíos ocupados por seres de paso. Que todo suceda en el día de Nochebuena suma ironía e incorrección política a esta comedia que funciona como esperpéntica y mutante historia de amor.
Tangerine: hágalo usted mismo
Fuente: Otros Cines