Mathieu Amalric aparece en la primera escena del film como Paul Dedalus, un profesor y antropólogo que prepara su regreso a París desde Tayikistán. Al ingresar a Francia, es detenido por la policía y luego interrogado por un agente del servicio de seguridad (André Dussolier). Su pasado tiene varios aspectos oscuros que Arnaud Desplechin nos irá develando (casi todo el film está narrado con largos flashbacks). Luego se presenta una larga secuencia dedicada a un viaje escolar que el joven Paul realiza a la Unión Soviética, donde él y su mejor amigo protagonizan una serie de situaciones dignas de una película de espías.
Pero hasta allí llega las ínfulas de thriller de Tres recuerdos de mi juventud, ya que después todo derivará hacia un muy querible relato coming-of-age ambientado a fines de la década de los ’80: seguiremos las andanzas de Paul entre sus 16 y 21 años, el suicidio de su madre, la mala relación con su padre, sus estudios en París, las desventuras con sus amigos y familiares y, sobre todo, su apasionado y conflictivo romance con Esther.
El director de Reyes y reina eligió como protagonistas a dos intérpretes debutantes como Quentin Dolmaire (una suerte de nuevo Jean-Pierre Léaud en los primeros films de FrançoisTruffaut) y Lou Roy-Lecollinet, quienes le aportan una frescura, una espontaneidad y una ligereza que el cine del director no solía tener.
La en apariencia compleja madeja se va desenredando con el correr de las dos horas que Desplechin maneja con un encanto, una sensibilidad y una diversidad de recursos narrativos y visuales (también con algunas repeticiones innecesarias y una veta nostálgica quizá un poco recargada) que convierten a Tres recuerdos de mi juventud en una experiencia tan fascinante como disfrutable.