En Tres recuerdos de mi juventud el francés Arnaud Desplechin (Reyes y Reina) desdobla la identidad de un personaje arquetípico de su cine, su alter ego Paul Dedalus. La película cruza presente y pasado con un Dedalus maduro interpretado por Mathieu Amalric, su actor fetiche, y un extenso flashback de juventud con Quentin Dolmaire en el protagónico.
Ambientada en los ‘80, con el trasfondo de la URSS y de la caída del Muro luego, la película se nutre del contexto y de las vivencias de los protagonistas. Jóvenes ellos, personajes solitarios, que buscan su identidad sin ofrecer sentencias, pero sí unas claves íntimas de ellos y su mundo, mutuamente construidos entre la política y el rock.
El tema queda claro en una escena inicial, con Paul, un antropólogo maduro que decide volver a París, detenido en el aeropuerto sospechado de espionaje. Tiene o tuvo un doble, y allí esta su pasaporte para probarlo, y la pregunta sobre quién es él o dónde se encuentra a si mismo, será respondida por la película en un flashback con tres historias, tres aventuras de Dedalus durante su infancia, adolescencia y principalmente, su relación con Esther (Lou Roy-Lecollinet), el gran amor de Paul, que es casi una película dentro de esta historia.
El tríptico, un formato de muñeca rusa, comienza con la difícil relación con su madre, que se se suicida, y ese mundo marcado por la carencia. Luego aparece la aventura del pasaporte, en un viaje al lado comunista, primeros signos de la personalidad de Paul. Y luego vemos a Esther, a quien él define su patria en un encuentro sexual.
Melancólico pero poderoso, el filme muestra ese salto a la adultez, el mundo del pasado y del presente visto desde las dos perspectivas. Personajes tímidos o problematizados que explotan y se vuelven fascinantes, heroicos. Personajes distintos que se aman en la diferencia y en la distancia. Retratos exquisitos y profundos con el sentido de la búsqueda y del encuentro, en un ejercicio de memoria.