"Soy tu inspectora ideal porque no tengo una vida", reconoce la bella Irene en algún momento, no sin un dejo de amarga ironía. A los 40 años es una mujer bella, elegante, independiente y libre de toda clase de compromisos, salvo los que le impone su trabajo como inspectora de hoteles cinco estrellas. Como tal, viaja sola y se hospeda, de incógnito, en los hoteles más caros y sofisticados del mundo. Su equipaje, claro, debe estar siempre listo y en él nunca deben faltar, entre muchas otras herramientas de trabajo (como la laptop en la que anotará minuciosamente si el lujoso establecimiento que examina esta vez ha cumplido con todos los requisitos establecidos), los guantes blancos para comprobar que ningún polvillo haya opacado el brillo del mobiliario ni el termómetro para verificar la exacta temperatura del vino que trae el room service, el cronómetro para verificar que no exista demora alguna en el cumplimiento de estos u otros servicios y ni qué hablar de la atención que debe prestarle al trato gentil, educadísimo que debe exigirse del personal hacia los huéspedes. Irene conoce al dedillo su trabajo y a él se consagra con exclusividad. Su discreta elegancia hace que todos -pasajeros y personal- la crean una huésped más.
Irene casi no tiene más familia que una hermana, casada y madre de dos chicas. Ella ha permanecido voluntariamente soltera y es difícil que el ejemplo que ese matrimonio le ofrece la haga arrepentirse de su decisión, aunque cuando vuelve a Roma -a veces, pocas- les dedique unas horas. Y el hombre que alguna vez fue su pareja se ha convertido ahora en un amigo, que para colmo está a punto de casarse con otra ex y ser padre.
A Irene se la ve como ella quiere ser y estar donde quiere estar, pero cabe preguntarse si alguna vez cavila que ha pagado un alto precio por su libertad. Quizás el anonimato que debe asumir y el trabajo escrupuloso y obsesivo que desempeña la han llevado a canalizar alguna callada insatisfacción, si bien el ocasional encuentro con una antropóloga mayor que viaja sola como ella y está afectado por el mismo forzado nomadismo pueda acercarle una visión anticipada de su futuro. Y tal vez el inesperado desenlace de ese breve contacto, sumado a otros hechos -como la inminente paternidad de su amigo y las triviales y eventuales rencillas con su hermana-, conforme un cuadro que sacuda su organizado mundillo personal y la obligue a tomar conciencia de su situación. ¿Tan próxima está la ansiada libertad de la soledad?
Para su bello film, Maria Sole Tognazzi elige la sutileza y la sugerencia. La historia es simple, pero no previsible; descarta cualquier altisonancia y retrata con trazos delicados y diálogos que suelen ser jugosos la crisis de la mediana edad gracias a personajes que se ven reales y tienen en la dulce Margherita Buy y todos los demás intérpretes inmejorables.