Vientos de agosto (Ventos de agosto 2014), mención Especial en el Festival de Locarno y en competencia oficial en el 29 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, resulta una inquietante experiencia sensorial donde el brasileño Gabriel Mascaro (Boi Neon, 2015) explora las potencialidades, las ambivalencias y los desafíos de un nuevo cine brasileño emergente orientado más a lo observacional que a lo narrativo.
Shirley (Dandara de Morais) llega a un pueblo costero en el noroeste brasileño para ocuparse de su anciana abuela, que vive sola. Conductora de un tractor en un sembradío de coco encuentra a Jeison (Geová Manoel Dos Santos), que trabaja en la misma plantación y que en sus horas libres práctica pesca submarina en apnea. Las tormentas tropicales de agosto golpean regularmente la costa, en el momento en que un especialista de vientos alisios (interpretado por el mismo Mascaro) arriba al lugar para localizar la zona de convergencia intertropical y escuchar el sonido del viento. El descubrimiento de un esqueleto antiguo en el fondo del mar y la muerte accidental del recién llegado llevan a los jóvenes Shirley y Jeison a replantearse sus vidas y buscar respuestas en donde tal vez no las haya.
Apostando a lo etnográfico y a un minimalismo tropical extremo, donde prevalece un increíble tratamiento fotográfico y sonoro, Mascaro aborda tópicos en una dualidad de confrontaciones. La vida y la muerte, la pérdida y la memoria, la vejez y la juventud, el deseo y el amor, el viento y el mar, la vida primitiva y los ecos de la civilización urbana, generan planteamientos en los protagonistas con el marco de una pequeña pero imponente aldea costera, donde los lugareños subsisten mediante la pesca y una plantación de cocos.
Hipnótico y mágico, aunque con ausencia de una estructura narrativa clásica de introducción, nudo y desenlace, y el tratamiento docuficcional como guía, Vientos de agosto, más allá de explorar los límites entre la ficción y la realidad, hereda el planteamiento observacional del documental antropológico, excediendo las demarcaciones de lo real con tramas puramente kafkianas, cercanas al cine del portugués Miguel Gomes.
Al igual que ocurre en el documental, la cámara se coloca en el lugar exacto para captar el alma de cada escena con la precisión de un reloj suizo. La mirada de Mascaro es rigurosa, profunda, selectiva, y lo plasma en una obra de una belleza inexplicable. Donde no hará falta entender para disfrutar de la poética visual.